viernes, 8 de diciembre de 2017

Final mortal.

Mediados de octubre, otra vez. El telediario volvía a repetir el asesinato de una mujer, un asesinato de hace dos años, un asesinato aún sin resolver, al que ha de sumarse el cadáver de un viejo borracho encontrado cerca del muelle. Sabía que quedaba poco tiempo para dar lugar a la última escena, la escena que pondría fin a su obra, su espectáculo, el que había preparado con detenimiento.

Salió de casa, notando el airé fresco que anunciaba tormenta, un aire que despejaba la mente de cualquiera cuando chocaba en su rostro. Visitó los mismos lugares de siempre, no quería que su rutina cambiara, que nadie supiera que se salía de su papel e improvisaba. Odiaba improvisar, todo debía de seguir su orden, sin saltarse ningún paso. Llegó a la cafetería, pidió el mismo café de siempre y se sentó en su mesa, frente al gran ventanal, con las mejores vistas hacia el viejo muelle, pero esta vez sin nadie a quien seguir, de quien estar pendiente, sin nadie que controlar. Esta vez era totalmente diferente, sólo quería disfrutar de los detalles, esos que inconscientemente son los que llegan al alma del espectador.

Después de una hora se decidió a levantarse, pagar su desayuno y salir fuera, esperar frente a la puerta y mirar a su alrededor, comprobar que todo estaba bien, cada cosa en su sitio, cada persona en su lugar. Caminó hacia la granja que había unos kilómetros al norte, donde acudía cada mañana y cada tarde para ver a su mejor amigo, el animal que hace unos año lo acompaño y el que había regalo a ese granjero para guardar su hogar. El animal le saludo de forma distinta. ¿Por qué nadie había cambiado y, en cambio, ese animal estaba diferente? ¿Acaso lo sabía? ¿Sabía que es lo que iba a pasar? Por primera vez lo ignoró, no quería arruinar el final. Saludó también al granjero antes de continuar con su día. Bajó de nuevo al pueblo, al pequeño mercado de la plaza, unos metros más delante de la gasolinera. Pasó por delante de unas casas grandes, cercas del bosque, donde hacia un año había aparecido el cuerpo de una joven que vivía entre ellas, en el salón de la casa de un joven que trabajaba en la gasolinera, la que dejó atrás hace unos minutos.

Siguió su camino hasta el mercado, y como cada día allí estaba la dueña, colocando los cajones de la fruta y la verdura mientras su marido e hijo descargaban el vehículo con otros tantos alimentos. Compró lo mismo, algo de verdura para acompañar un filete de carne, que compraba en la carnicería de su vecino. Pagó y dejó algo de propina en ambos comercios. Se dirigió al pequeño embarcadero, con las barcas de algunos vecinos. Se sentó frente al lago, observando el lado derecho de este, donde se veía el viejo muelle. Se acercó al puesto de comida y bebidas que había junto a la orilla, pidiendo un refresco sin gas y volviendo al banco. Por más que el tendero le preguntaba nunca recibía respuesta. Se terminó el refresco y comenzó a andar, ahora en dirección a casa.

Preparó la comida, un filete y unas verduras. Recogió y limpió y al igual que por la mañana se dirigió a la granja, para ver al animal, quien lo recibió de la misma forma, diferente a días anteriores. Siguiendo su rutina, regresó a casa, encendió la pequeña radio y se sentó junto a ella, escuchando música clásica, la música perfecta para una obra de arte, la música perfecta para una banda sonora. ¿Cuál sería la canción que tocarían para la escena final? ¿Y si no le gustaba la canción que sonara con ese final? Por primera vez algo le preocupaba, algo que no podría cambiar por su propia mano. 

Salió al jardín, aún tenía que recoger la planta que acabaría con la obra. Se enfundó los guantes de jardinero que tenía en el banco de la entrada trasera. Se agachó junto ella, la otra protagonista de este final. La sacó con cuidado, evitando cualquier roce con ella. Entro hasta la cocina, donde tenía parte de las herramientas necesarias ya preparadas para la elaboración de la bebida tóxica. Extrajo la savia de la planta con delicadeza, añadiéndola a un pequeño cuenco, al que sumo las hojas coloreadas y parte de la raíz, todo revuelto y machacado, pasado una y otra vez por la batidora. Vertió el contenido en un vaso, dejándolo reposar en la misma mesa. Volvió al salón. Ya faltaba poco para la hora del estreno de la última escena y había que terminar el escenario y el personaje. 

Comenzó a redactar el desarrollo de ambos crímenes, con todo detalle, cada paso que tenía pensado y cada paso que tomo. Describió el tiempo que estuvo tras ambas víctimas, sus rutinas, sus manías, todo sobre ambos, comenzando por la mujer del sexto piso y sumando los detalles del viejo borracho. Evitó escribir el desarrollo de la muerte de la camarera, dejaría que aquel joven de la gasolinera pagara por su inútil papel en la obra. Miró el reloj, solo faltaban dos horas para el comienzo. Llegó hasta el aseo, donde guardaba, en orden alfabético, un conjunto de medicamentos, clasificados también por su tipo. Se dirigió directamente hacia los que impedían el vómito del cuerpo. “Todo tiene que salir bien a la primera, sin errores.” Siguió con los tranquilizantes y sedantes, tomando los justo para llegar al último momento. Recogió el vaso de la cocina y se sentó de nuevo en el sofá, viendo como la luz del día iba desapareciendo. Cinco minutos. Se levantó para encender el gas de la cocina. Volvió al salón, con dificultad. Las primeras tomas de esos medicamentos empezaban a hacer su efecto. Encendió la vela central de la mesa, cogió el vaso y después de mirar por última vez tras la ventana, a los últimos rayos de sol, se bebió su contenido. 

¡Funcionaba! Empezaba a notar ese adormecimiento y hormigueo, desde los labios hasta el resto de la boca, incluyendo la lengua. ¿Qué sensación más rara? También empezó a aparecer en las extremidades. Le siguió un estado de confusión y dificultad para ver y focalizar la vista. Sus pulmones empezaron a hacerse notar dentro de él, intentando tomar más aire. Poco después, el corazón se unió al compás acelerado de los pulmones. Se tumbó por completo en el sofá, sin ninguna muestra de dolor o incomodidad. 

“Con calma y sin prisa, todo está saliendo a la perfección.” 

Fue lo último que pensó antes de dejar su mente vacía, antes de que su corazón dejara ese ritmo alocado y se detuviera al fin. 

Minutos después, en aquel pueblo, se volvía a repetir la explosión y el incendio de una vivienda, una nueva víctima de aquel asesino al que nadie conoció.


1 comentario:

  1. No has pensado en hacer una historia ¿Osea, así tipo libro?

    Tienes muy buenas ideas. 😀

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