lunes, 4 de diciembre de 2017

Escena mortal.

Había pasado un año desde que llevó a cabo su obra. Una escena que 365 días después volvía a repetir en su cabeza y en todos los telediarios. Sentado en la mesa junto a la cristalera, con la mejor vista hacia el viejo muelle que había al otro lado de la carretera, empezaba a beber su vaso de café, observándolo a él y escuchando el aniversario de la muerte de ella. 

Minutos después, observaba como su nueva marioneta salía de la cafetería, como cada mañana y a la misma hora. Antes de verle doblar la esquina, se levantó, llamando la atención de la pareja que había en la mesa de atrás.  Se giró hacia ellos, con mirada fría e inexpresiva, aguantándola unos minutos ante los ojos de él, sin pestañear, regalándoles una siniestra sonrisa antes de salir del lugar. Tomó la dirección contraria a la que había seguido su títere. Sin preocupación y con paso calmado, siguió andando alrededor de la manzana, esperando encontrarse de nuevo con él en el lado norte de la ciudad, dónde sólo se podía ver una gasolinera, un bar de carretera y unas viejas casas, la mayoría abandonadas. Como vieja rutina adquirida en estos meses de atrás, cuando el calor azotaba sin descanso, esperó en la esquina, observando como aquel hombre, viejo verde y asqueroso, se acercaba a la joven camarera, quien a las once y media hacia su descanso para salir a fumar y hablar con el nuevo empleado de la gasolinera, una excusa pensaba él para lidiar con ese trabajo. 

De nuevo la misma imagen, un viejo faltando el respeto a una chica, un joven incapaz de defenderla y una chica… ¿por qué esa chica? ¿Acaso no había más mujeres dentro? Respetaba ese ritual del viejo. Claro que lo respetaba. ¿Por qué no iba a hacerlo? Desde hace meses que lo ve y lo respeta. Desde hace meses sabe que al fin hoy, ese asqueroso ritual iba a acabar.

Entró tras él, sentándose en el lado opuesto de la barra, aprovechando el lugar más oscuro de aquel antro, donde los hombres desayunan con alcohol y terminan el día con más de lo mismo. Pidió a la camarera. Invitando a aquel hombre, quien levantó el vaso agradeciéndole su invitación. Hoy era la noche, y no quería llegar tarde a su cita, no podía hacer que el guión cambiara, no podía improvisar y arruinar su noche. Apenas se había dado cuenta del reloj, pero sabía que la escena empezaría a rodarse en breves, cuando después de pasar todo el día oyendo discusiones entre camareros y borrachos, vio que la luz del día iba desapareciendo, haciendo que la oscuridad alumbrara su escenario. 

Espera a que la camarera salga del vestuario del personal y se despida de la compañera. La sigue sin que ella se dé cuenta de su presencia, y observa cómo se besa con el joven de la gasolinera, a quien le toca doblar el turno y no poder visitarla a su casa como cada jueves. Mientras hablan, sigue andando hasta uno de los dispensadores de gasolina, sabiendo donde encontrar lo que quiere. Sigue su camino sin pararse, hasta llegar a la entrada del pequeño bosque, aprovechando la poca luz y la sombra de los árboles para no ser visto. Aguarda sin impacientarse, sabiendo que en breves se despedirán, y ese viejo borracho seguirá bebiendo unas horas más. Al fin se acerca. Sigue andando por la carretera, sintiendo su presencia pero sin verle, así que decide acelerar el paso. 

Desde el umbral de la puerta, mira hacia el bosque, justo hacia donde se encuentra, justo al lado de la casa de ese joven. Se acerca. ¿Por qué? ¿No debería entrar en casa? Pero no quiero que entre, si lo hace tendrá que improvisar para esa escena y no le gusta, odia las improvisaciones, siempre salen mal, hacen que tu plan no salga como quieres. Ahí está, mirando hacia el bosque, sin ver nada, a unos metros escasos de él, pero entonces se gira y comienza a andar para su casa. Aprovecha una distracción que hace que se pare. Coge algo pesado del suelo. Hace ruido y ella se vuelve a girar. Ahí están otra vez, mirándose directamente. Él sin sentir nada, sabe que no puede verle y ella asustada, oyendo su propio corazón bombear. Se gira de nuevo, pero no consigue dar un paso más. 

Evita que caiga al suelo porque no quiere que se manche. Vuelve hacia el bosque, cargado con ella, notando como su sangre cae por su espalda. Deja su cuerpo en el suelo, descansando mientras él abre la puerta de atrás. Sabe que el joven vive solo, no tiene prisa por hacer las cosas, su segunda escena de la actuación ha empezado y nada debe salir mal. Carga de nuevo con el cuerpo, dejando un reguero de gotas rojas. La lleva hasta el salón y la tumba en el sofá. La coloca con cuidad, sin perder detalle alguno, sabe cómo duerme así que no es difícil saber cómo debe colocarla. La cubre con una manta, quizá así disimule que sólo está descansando. Aunque de verdad lo hace. Ya puede descansar de ver a ese viejo, de soportar esas sucias miradas y comentarios que poco le gustaban, de besarse con un chico incapaz de protegerla. 

Vuelve hacia el bar, repasando el primer acto de su escena. Todo ha salido bien, y como esperaba, ahí está, saliendo del bar, tambaleándose sin apenas mantenerse en pie. Cae una vez y otra más, hasta una tercera. Consigue llegar hasta una farola, y ponerse en pie. Ahí es cuando se ven. Igual que con ella, clava su mirada en la de él, ¿pero por qué sonríe? ¿Le habrá reconocido? ¿Quizá por la copa que invitó? Sí, por eso viene hacia mí sonriendo, sin temer nada. Pero es mejor así. Antes de que llegue a mitad del trayecto entre ambos, él empieza a andar hacia abajo, sabiendo que el borracho irá tras él, y así es. Llega al fin de la calle, en la esquina de la cafetería, de dónde salen los últimos clientes. En seguida apagaran las luces y ya no quedará nadie en la calle. Se despista y el borracho se acerca más de lo que quiere, haciendo que se maldiga por ese fallo. Anda hasta el viejo muelle. Aprovecha la oscuridad para ocultarse. Mira fijamente el lago, con una pequeña capa de hielo, rota en algunas partes, buscando la más afín a su actuación y la encuentra cerca del muelle. El borracho grita tras él, pero no puede verlo, los dos lo saben. No quiere esperar más y se adentra en el lago. No siente el frío del agua y sigue. Se quita la chaqueta y la deja flotando en el agua, cerca del muelle, donde en breves la luz del faro alumbrará. Su obra sale a la perfección, y como esperaba, ese viejo borracho ve la chaqueta flotando en el agua. Corre hacia ella, maldiciendo al hombre que piensa que se ahoga. Llega hasta ella con dificultad, pero lo consigue y se asombra. Mira por todos lados, en busca del hombre que le había invitado, pero no lo encuentra. No lo ve pero lo siente, su brazo derecho posado tras su cabeza y el izquierdo rodeando su cuello, cada vez haciendo más presión con ambos. Nota como ese viejo se resiste y forcejea, pero no debe soltarlo, no puede. Lo empuja hacia adelante, siente que el agua está con él y hunde su cabeza. De nuevo intenta zafarse y resiste durante unos segundos. Ya no quiere resistirse y deja de moverse. 

Lo ha logrado. ¿O ha sido el agua lo que acabó con su vida? No le importa, había acabado. Coge su chaqueta y sale del agua, observando desde la orilla el cuerpo viejo, flotando boca abajo. Sonríe mientras se gira y reanuda sus pasos. Se adentra en el bosque, con calma y sonriente, pues la segunda escena de su acto había llegado a su final.



1 comentario:

  1. Vaya... ¿cómo lo haces?
    No sé, cada vez que leo algo no pienso en las voces, ella sencillamente se adaptan a lo que leo.

    Te explico (quizá este un poco loca): cuando leo equis cosas en silencio, mi mente reproduce una voz que busca adaptarse o lo que leo. Ya sea tosca, dulce, chillona... Mi mente lo hace, creo que todos los hacemos. El punto es que en lo poco que he leído de tus escritos siempre mi mente adopta una voz amena pero hinoptizante, tienes algo al escribir que hace que sea relativamente cautivante. Así que estéticamente me ha gustado. También lo he sentido muy fluido y para nada pesado o aburrido. En síntesis, estuvo muy bien, felicitaciones.

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