sábado, 6 de enero de 2018

La tensión que nos une.

La tensión que nos une.
Después de cada discusión, de cada enfado, de cada situación que le era molesta siempre acababa en el mismo lugar, sentada en el sofá de su casa, con la mirada perdida en algún lugar de esa habitación, encogida, con las piernas flexionadas y encogidas contra su pecho. Le gustaba apoyar la barbilla en ellas mientras las rodeaba con lo brazos. Como cualquier otro mal momento vivido allí se encontraba, sola, sin nadie con quién poder hablar y desahogarse de todo aquello que le impedía ser feliz, de aquello que no le dejaba disfrutar de la vida, de lo mismo que le hacia aparentar estar bien cuando en verdad sólo deseaba salir de allí.

Sabía que no era un día perfecto, ni siquiera se acercaba a un día bueno. Era un día de malas noticias, discusiones con las personas más cercanas a ellas, personas que solo quieren ayudarla. Pero a pesar de todas esas discusiones sabía que podía pedir perdón a esas personas, salvo a una. Desde que le conoció siempre ha estado a su lado, soportando su carácter, sus alegrías y enfados. Soportándola a ella con todo lo que conllevaba y siempre sin quejas, sin decir que algo no le gustaba cuando ella misma sabía que así era. Después de todo lo que habían vivido, los buenos y malos momentos, había quedado ella como la mala en la relación, y así lo aceptaba, sabía que todo se había estropeado entre ellos por su culpa. Tenía que disculparse, pero de qué valdría si no hacía frente a lo que de verdad le importaba, a lo que de verdad sentía y deseaba.

No quería estar más tiempo sentada, dando vueltas a algo que nunca solucionaría ahí parada. Volvió a coger su chaqueta y salió pensando únicamente en él. A pesar del frío la lluvia de esa noche recorrió los cuarenta minutos que le separaban de su casa sin dejar de pensar en qué decirle o cómo hacerlo. Como sabía de otras tardes que pasaron en su portal, este estaría abierto, sin impedirle el paso. Esperó bajo las escaleras, marcando su número en el móvil, esperando oír su voz, pero nada, un pitido cortó la llamada. Subió por las escaleras hasta el segundo piso y marcó la última llamada. Todo estaba en silencio hasta que comenzó a sonar la canción que los dos tenían como tono de llamada. Sabía que el pitido que terminó con la llamada de nuevo era porque él había rechazado la llamada. Al fin y al cabo era lo que merecía. Se volvió hacia las escaleras, preparándose para bajarlas y dejar las cosas como estaban. No era lo que ella quería, pero, ¿y si él no quería verla? ¿no debería respetar su decisión?

La tensión que sentía comenzó a aumentar. La duda había invadido su cabeza y el miedo la conquistaba con mayor rapidez. Cerró los ojos y apretó los puños. Cuando volvió a abrirlos se vio frente a la puerta del piso, apretando el timbre y oyendo como unos pasos se acercaban mientras gritaba una voz que le pedía dejar de pulsar el timbre. Dejó caer la mano hasta su pierna al escuchar como el cerrojo se corría y la puerta se abría ante ella. Allí estaba, frente a él, sin saber por qué estaba ahí, en su puerta. Su cara era de asombro, quizá nunca se hubiera imaginado que se presentaría en su casa a esas horas y con ese tiempo.

La dejó pasar y la acompañó hasta el salón. Rechazó la oferta de sentarse por no querer mojar el sofá. Él desapareció por la primera puerta de la derecha. Después de unos minutos le sacó algo de ropa suya junto con una toalla. La invitó a pasar al baño que había en su habitación. Mientras ella se cambiaba él le traería algo caliente que tomar. Cuando regresó de la cocina la encontró sentada en su cama, con la mirada fija en la ventana. Sabía que le encantaba ver cómo caía la lluvia y la facilidad que tenía de perderse mientras la escuchaba caer. Dejó las dos tazas sobre la mesa antes de sentarse junto a ella. Antes de poder preguntarle se echó sobre él. Nunca antes había sentido un beso así, y a pesar de que le gustara decidió separarse de ella. No quería un beso que le dijera que se sentía culpable por la discusión de esa tarde.

– Lo siento. – Al fin pronunciaba las primeras palabras desde que había entrado en su casa.

– ¿Para qué has venido? – Se incorporó quedando con la mirada hacia ella mientras le agarraba la muñeca. – Pensaba que no querías saber nada más de mí.

– Quiero pedirte perdón por todo lo que has tenido que soportarme. – Unas lágrimas empezaron a nacer en sus ojos. – No me tenía que haber portado así contigo después de todo lo que has hecho.

Se volvió a acercar a su boca, pero algo le hizo detenerse. Pensaba que de alguna manera él no quería seguir con ella. No al menos como hasta ahora. Sus ojos se cruzaron y permanecieron en los del otro unos segundos, segundos que para ambos parecía una eternidad. Al final cedió y bajó la mirada. Sintió como él colocaba su mano en la mejilla y con suavidad, acariciaba su piel, haciendo que levantara la vista hacia él. Nada los detuvo cuando se volvieron a cruzar.

Ahora él se echaba sobre ella. Los dos se besaban sin control alguno, devorándose a cada milímetro de su cuerpo, sintiéndose parte del otro, sin detenerse en ningún momento, únicamente para librarse de su ropa y para coger aliento. Sus cuerpos se movían al mismo compás, ella gemía suavemente a su oído mientras él besaba su cuello y empujaba su cuerpo contra el de ella.

Podía sentirse que el ambiente de la habitación era distinto al que había cuando ella había llegado. Permanecieron en la cama aún con las manos cogidas, y sus cuerpos pegados. Podía sentir la respiración de él en su nuca, sabiendo que por su respiración se había quedado dormido mientras le agarraba. No quería despertarlo, quería permanecer en su cama todo el tiempo que fuera posible, sin que nadie ni nada pudiera separarlos de nuevo.

1 comentario:

  1. ¡¡Hola, Pau!!

    Verás, yo no soy muy dada a las historias de amor, o sea, me gustan, pero no mucho. No te voy a negar que a medida que leía me imaginaba como iba terminar todo, y sin embargo, me gustó. Es decir, sabia que iban a terminar en una reconciliación y seguí leyendo porque tienes algo al escribir que es como...no sé, no puedes dejar de hacerlo baja

    En fin, sigue escribiendo, sigue haciendo lo que te gusta.

    ResponderEliminar